Mi nombre es Francisca Neira. Mi primer tatuaje me lo hice a los 16 años. Es muy pequeño, en verdad lo que me importaba era el hecho de tatuarme, marcarme. En ese tiempo yo me juntaba con un grupo de chicos punk y en el fondo la idea era revelarse ante una estructura que imponían ciertos colegios. Me  parece que hay un uso que tiene que ver con el tatuaje como una herramienta de rebeldía y transgresión frente a la lógica en la que vivimos. Una lógica en la que prima lo pasajero, la inmediatez de las cosas, las satisfacciones vacías. El tatuaje es todo lo contrario, es algo que uno se hace y permanece. Después te podés tatuar cosas encima pero seguís estando tatuade, te lo podés borrar con láser pero vas a seguir con una marca en tu cuerpo. Por otra parte necesitás pasar por un proceso doloroso para estar marcade, y se puede acceder a través de formas que no son un intercambio comercial: muchas veces podés acceder a un tatuaje a través de un trueque, por ejemplo.

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Uno de cada tres argentinos (31%) tiene al menos un tatuaje . El dato surge de un relevamiento online, elaborado por la consultora Voices, con base en 1027 entrevistas a argentinos desde los 18 años. De la encuesta se desprende que las mujeres lideran esta tendencia: no solo tienen más diseños en promedio, sino que también son las que más predisposición tienen para sumar nuevos. En tanto, el 50% de los jóvenes entre los 18 y los 24 años planean tatuarse en los próximos 12 meses. Así este segmento se consolida como el más proclive a incorporar el arte corporal en sus vidas.

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Concretar un deseo reprimido sin pensar en la mirada ajena: con ese objetivo, muchos adultos mayores vencen el miedo y deciden grabarse dibujos o frases en la piel

“Tatuarse por primera vez a los 80 años es más común de lo que se cree. Con internet y las redes sociales explotaron los tatuajes, y esta explosión también llegó a las personas mayores”, dice Diego Staropoli, reconocido tatuador que hace 31 años abrió el primer local de Mandinga Tattoo en Villa Lugano, pegado a la estación de tren, y más tarde otro muy frecuentado por futbolistas, actores y rockeros en el barrio de San Telmo. Por su estudio siempre pasaba Susana Aspiunza, una mujer que cada vez que entraba en el estudio de arte hacía la misma pregunta a los que atendían: “¿Ustedes podrían tatuarme aunque mi piel esté un poco arrugada?” La respuesta siempre era un rotundo sí, pero Susana, que es la madrina del local, tardó un tiempo en decidirse. “Su papá era marinero y tenía un tatuaje que a ella le encantaba y siempre quiso hacerse uno. Pero el marido era militar y no la dejaba. Hasta que enviudó y ese mismo año se hizo su primer tatuaje, a los 86. Hoy tiene el 95% de su cuerpo tatuado, ya casi no le queda lugar –cuenta Staropoli–. Hace 20 días vino a hacerse el último diseño en la palma de la mano, que es de las zonas más dolorosas que hay para hacerse un tatuaje, y dice que no siente dolor. Se tatuó la palabra Fe”, cuenta el creador de Mandinga Tattoo, que además lleva adelante un programa de televisión por el Canal de la Ciudad.

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